POR ÁNGELA PEÑA
Desde que ingresó al Movimiento Revolucionario 14 de Junio para enfrentar las atrocidades de la dictadura de Rafael Trujillo, la vida de Julio de Peña Valdez estuvo caracterizada por la lucha a favor de los obreros y trabajadores.
Fue modelo de dignidad, integridad, solidaridad y firmeza que se mantuvo al lado de los más sufridos hasta sus últimos días en Cuba, donde recibía tratamiento médico para el cáncer pulmonar que no logró doblegar su espíritu resistente. En los pabellones del hospital Neumonológico Benéfico Jurídico de La Habana hacía labor de conmovido misionero que además de consuelo y ayuda material alertaba a los pacientes sobre el peligro de fumar.
No fue el cigarrillo, sin embargo, la causa del mal que lo llevó a la tumba. Sus familiares la atribuyen a los nueve meses que pasó en la solitaria subterránea del Palacio de la Policía Nacional, entonces dirigida por Enrique Pérez y Pérez. Estuvo desnudo, durmiendo sobre el piso helado con una funda de pan como almohada. Las encías se le infectaron hasta el dolor desesperante. Ese jueves 17 de septiembre de 1971, cuando le apresaron junto a Rafael Báez Pérez (Cocuyo), Moisés Blanco Genao, Edgar Erickson, Luis Sosa y Onelio Espaillat, miembros del Movimiento Popular Dominicano, llovía torrencialmente y el destacado dirigente estaba afectado de catarro. La humedad, falta de ventilación, alimento, medicina, sol, atención de salud, le provocaron una neumonía severa.
Aun en esas condiciones, el inquieto activista, de cuya muerte se cumplirán dos decenios el próximo martes, continuó durante cinco años de encierro la labor social y humana inherente a su temperamento sensible, solidario. Alfabetizaba a los encarcelados, ofrecía libros a los que sabían leer y escribir, los exhortaba a combatir, como él, las injusticias y la explotación laboral.
La vocación de ese ser generoso, combativo, que no detuvo el aprendizaje ni en las horas aciagas, late en el recuerdo de su esposa, Sarah Musa Tavárez, y de sus hijos Julio José y Thania. Aparte de las esporádicas visitas al estadio Quisqueya con el primogénito liceísta que sufría por tener que acompañarlo al palco del Escogido, del que el padre era fanático, y del cariño que profesaba a la pequeña, quedó grabada la que para su padre era la mejor diversión.
“Nos llevaba a Los Guandules, Las Cañitas, La Ciénaga, para que supiéramos como vivía la gente humilde. Él entendía que aunque no ricos, éramos privilegiados con relación a esa gente”, relata Julio José. “Quería que tuviéramos conciencia de cómo vivía la clase pobre”, acota Thania.
La hija agrega: “Era muy entregado a esa causa, no lo recuerdo tomándose días de esparcimiento, vivió con sus ideales hasta el último momento”. A causa de los allanamientos, persecuciones y encierros a de Peña Valdez, sobre todo durante los doce años de gobierno balaguerista y los cuatro de Salvador Jorge Blanco, refieren, doña Sarah decidió enviarlos a Montecristi, donde la abuela. Cuando tuvieron discernimiento los preparó para que se acostumbraran a la presencia policial en la vivienda, que irrumpía a cualquier hora y que llegó al extremo de aterrizar en helicóptero, una madrugada.
La compañera no registra en su mente momentos de paz. Julito, como le llamaban, era el máximo líder de la Central General de Trabajadores, de la que luego fue encargado de Educación. Pasó largos años en clandestinidad, en prisión, acosado, vigilado. La dama comprendía y apoyaba su ideal, porque ella también, confiesa, era una maestra decidida a la lucha por la educación. Se sacrificaba para no visitarlo en sus escondites y servir de anzuelo a las fuerzas represivas que lo buscaban.
Julio Augusto de Peña Valdez nació en Montecristi, el 21 de septiembre de 1937, hijo de Julio José de Peña Kinipping y Eladia Valdez. En aquella ciudad conoció a Sarah, que había emigrado desde Puerto Plata, y enseguida se sintió atraído por la niña pero su admiración se vio interrumpida cuando el padre de Julito se trasladó a Santo Domingo donde el muchacho realizó su bachillerato en el Colegio Adventista. Sus primeros empleos, que compartió con los estudios, fueron en la Corporación Dominicana de Electricidad y en la Sociedad Industrial Dominicana (La Manicera)
Ya conocía a sus compueblanos Manolo Tavárez Justo, Rafael Enrique Socías, Julio César Valdez, “Totono” y otros jóvenes comprometidos con la oposición al régimen trujillista. Para evitar la vigilancia del Servicio de Inteligencia Militar, de Peña Valdez se exilió en Puerto Rico pero regresó tras el tiranicidio y casó con Sarah el cinco de julio de 1961. Continuó en las lides políticas del 1J4 junto a Tavárez Justo al que prepararía la resistencia urbana interna cuando éste se erigió en líder guerrillero en Manacla. Iría en un segundo alzamiento. El respaldo en la ciudad no se produjo y la segunda incursión a la montaña fracasó con el asesinato de Manolo después de haberse entregado.
Luego de destacadas actuaciones en históricas protestas contra el Triunvirato, al frente del Buró Obrero de esa agrupación, Julio de Peña se incorporó a la revolución de abril de 1965 fundando junto a Guido Gil el comando “La Comuna Obrera” y la “Escuela de Formación de Cuadros Sindicales”. Fue el principal organizador de la huelga de los trabajadores azucareros de diciembre de 1965 y de la de enero de 1966 en defensa de los militares constitucionalistas.
Su presencia inspiradora se hizo familiar en los ingenios Quisqueya, Río Haina, Barahona, Porvenir, Central Romana y Consuelo, donde ofreció una de sus últimas charlas. También adoctrinaba obreros en multinacionales, corporaciones y otras empresas, donde dejó formados sindicatos. Además de sus recorridos por el país realizaba continuos viajes para encuentros con líderes gremiales de otras naciones. Los últimos años de su vida, el reconocido dirigente obrero perteneció al Bloque Socialista.
Es probablemente el autor de la mayor cantidad de libros sobre la historia del sindicalismo en el país. Publicó: Breve historia del movimiento obrero, El movimiento sindical dominicano, Acuerdos y resoluciones del Tercer Congreso de la Central General de Trabajadores, Lineamientos, estatutos y reglamentos, Los trabajadores dominicanos y la austeridad económica, El Fondo Monetario Internacional, El costo de la vida, la situación del empleo y la libertad sindical, Diez años de lucha por la unidad y el bienestar de la clase.
“Llegaba a la casa por la noche y se acostaba entrada la madrugada escribiendo en una máquina Olimpia que conservamos”, cuentan los hijos y la esposa. “La preocupación principal de papá, y con ese deseo murió, era la unidad de la clase obrera y del movimiento sindical a nivel nacional”, manifiesta Julio José.
Julio de Peña Valdez falleció el 17 de septiembre de 1987.
Tres calles
El fervor que despertó en el pueblo ha motivado que al margen de la denominación oficial de una calle con su nombre en el ensanche Espaillat, moradores de Las Cañitas, Barrio Nuevo y Guaricano hayan designado vías a su memoria. El Ayuntamiento del Distrito Nacional bautizó “Julio de Peña Valdez”, en 1996, la antigua calle 8 del ensanche Espaillat que nace en la María viuda de la Cruz (Doña Chucha) y termina en la 35 Este del barrio 24 de Abril.
Además de estos homenajes fueron inaugurados como “Julio de Peña Valdez” el salón de actos del Instituto Dominicano de Seguros Sociales y la cátedra de Derecho Laboral Extracurricular y una plaza en la facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Santo Domingo.
Fuente: Periodico Hoy hoy.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario