Telón de Fondo.
Por: Leo Theuwissen.
Orgullo del Espaillat (Padre Leo)
Para entender los quehaceres/acontecimientos de la Iglesia Católica entre 1970 y 1980 en el Ensanche Espaillat es aconsejable conocer un poco el contexto global de aquella época: el telón de fondo. El pueblo dominicano es “eminentemente católico”, decía un ilustre Presidente, Joaquín Balaguer, quién con esos piropos mantenía y aprovechó una buena relación con la Jerarquía de esa Iglesia. Supo usarla para mantenerse en el poder, manipularla para sus fines y para lavarse las manos manchadas de sangre de patriotas y disidentes. La aceptación general de la religión Católica en el país, no solo se debe a la vigencia o aceptación de su mensaje fundacional, o por la forzosa imposición en tiempo de la colonia, siglos atrás, sino también a la estrategia pastoral y a la fuerte estructura administrativa de esa Iglesia. En otras palabras: a su fortaleza institucional. Como cada institución humana la Iglesia tiene sus fuerzas y sus debilidades. Pero como buena organización ella misma se revisa, escucha a sus críticos y se reforma de vez en cuando. Al tratarse de una institución de tal magnitud la reforma o revisión es lenta, trabajosa y suelo surgir sólo cuando se desbordan fuertes anomalías entre la práctica y la doctrina proclamada.
Habían surgido duras críticas a la intransigencia y rigidez doctrinal de la Iglesia Católica a nivel mundial a partir del el desarrollo industrial y la exagerada explotación del hombre por los dueños de los medios de producción. Otras críticas surgieron a partir de la injusticia sistemática y la espantosa pobreza de millones de personas en áreas rurales. Poderosos sectores, carentes de piedad, explotaban los humildes pobladores bajo la sombra de la Jerarquía de la Iglesia que “ ni pio” decía. Habían surgido movimientos de sacerdotes “obreros” que se identificaban en fábricas y favelas con los “oprimidos” de la moderna industria y que reclamaban sus derechos y iniciaron la búsqueda de un mundo más justo. Otros sacerdotes, por desesperación con la lentitud del actuar de la Iglesia Oficial, creían que la única vía del cambio era la lucha armada. Por diversos lados y continentes surgían clamores de inconformidad con los excesos de devociones y prédicas no relevantes para la vida de la época. Una reforma de la tradicional Iglesia parecía urgente.
El pontífice o Papa, jefe de la Iglesia Romana y Apostólica, Juan XXIII, iniciaría el proceso de reforma de la Iglesia Católica . Fomentó la Unidad de los Cristianos y acogió en Roma de los supremos jerarcas de cuatro Iglesias protestantes, abriendo la ola del “eucumenismo”. Su pontificado abrió nuevas perspectivas a la vida de la Iglesia y, aunque no se dieron cambios radicales en la estructura eclesiástica, promovió una renovación profunda de las ideas y las actitudes.
Su propósito fue: poner al día la Iglesia, adecuar su mensaje a los tiempos modernos enmendando pasados yerros y afrontando los nuevos problemas humanos, económicos y sociales. Para conseguirlo, Juan XXIII dotó a la comunidad cristiana de dos herramientas extraordinarias: las encíclicas Mater et Magistra y Pacem in terris.
En la primera explicitaba las bases de un orden económico centrado en los valores del hombre y en la atención de las necesidades, hablando claramente del concepto "socialización" y abriendo para los católicos las puertas de la intervención en unas estructuras socioeconómicas que debían ser cada vez más justas
En los años siguientes se invirtieron a nivel mundial, enormes recursos para lograr la reforma o renovación de la religión-Iglesia Católica. La máxima autoridad lo había anunciado en 1959 y presidió la reunión llamada: Segundo Concilio del Vaticano. El Papa Juan XXIII decía en esa ocasión sus célebres palabras : “ya era hora de abrir las ventanas de la vieja Iglesia para que entren aires frescas”. Este evento de reflexión y estudio duró más de tres años. Su labor fue continuada por Pablo VI, sucesor de ese Papa.
El “espíritu innovador” expresado en los documentos del Segundo Concilio del Vaticano, encontró eco en América Latina. En Medellín de Colombia, se celebró en 1968 una importante Conferencia del CELAM (todos los obispos de los países de America Latina). Los líderes de la Iglesia trataban de adaptar las directrices del Vaticano a la realidad de America Latina. Una de las líneas más importantes de este evento fue el reconocimiento de que la injusticia que afectaba millones de humildes creyentes era pecaminosa y contradictoria con el mensaje de Cristo; otra que debían de abrirse más hacia otras y otras formas de iglesias, porque Vaticano había reconocido que “fuera de la Iglesia” visible podía haber cristianismo y salvación.
La institución Iglesia de America Latina, bajo el impulso de la Conferencia de Medellin, organizaba cursos, cursillos, estudios bíblicos para ilustrar y educar a sus miembros, seglares y clero en los principios y teorías que sostenían la renovación. La realidad latinoamericana se presentaba como un nuevo desafío a pastores y obispos. ¿Podrían las comunidades católicas ser nuevamente “levadura en la masa” como lo fueron las primeras comunidades cristianas en el imperio Romano? Durante los 10 años entre 1968 y 1979 se experimentaban los cambios en todo el continente. Diez años más tarde el CELAM hizo su III Conferencia en Puebla, México (1979) en la que asumió tímidamente una opción “preferencial por los pobres y por la juventud”. Dos años de reflexión y estudios terminaron en febrero de 1979, con un formal documento guía para la renovación de la Iglesia en América Latina.
República Dominicana, Santo Domingo y El Ensanche Espaillat
En la geografía nacional y en los barrios de la “parte alta de la ciudad” de Santo Domingo vivimos aun hoy, muchas personas testigos de esta revoltosa década. A las dificultades a nivel político se unían también los cambios a nivel religioso y de Iglesia. Era para la Iglesia Católica Dominicana una década de tensión, búsqueda y polarización.
La religiosidad tradicional y devocional sufrió una crisis y dudas sobre toda forma de innovación. “Quitaron los santos de la iglesia, se acabó nuestra fe, ya no tenemos a quien rezar”. La renovación deseada por Juan XXIII no marchaba del todo sobre ruedas, buscaba formas aun no inventadas de “ser iglesia”.
En algunas áreas rurales así como en barrios de la capital surgieron iniciativas nuevas para actualizar la labor “pastoral de la Iglesia”. Cada vez más religiosos y religiosas comenzaron a trabajar con familias que vivían en extrema pobreza en el campo. Fomentaban la organización campesina, la defensa de sus derechos y una reforma o el reclamo por una re-distribución de la tierra. Exigían el pago justo de los productos de su trabajo. La prensa en esos años reportaba iniciativas revolucionarias en Cevicos de Cotui y en Nisibón del Este: problemas con los curas de allá y de acá. La Liga agraria cristiana, y los sindicatos Cristianos eran protagonistas en el campo y en la ciudad de honestos esfuerzos de renovación . La Iglesia Dominicana trataba de canalizar su compromiso con el pueblo “oprimido” a través de los centros de catequesis y de promoción humana e integral existentes en toda la geografía nacional.
Paralelamente en la ciudad, conocimos más de cerca unas iniciativas que nunca olvidamos : En los barrios de Espaillat, Guachupita y Simon Bolivar, la renovación de la iglesia tomó cuerpo palpable en iniciativas de diferentes congregaciones de religiosos. Equipos de sacerdotes, y más tarde de religiosas, con la anuencia de los obispos, iniciaron “nuevas parroquias”. La planificación de la Pastoral de Conjunto, había sugerido a los Obispos subdividir antiguas parroquias en territorios más pequeñas y más manejables del punto de vista administrativa y pastoral. La futura parroquia del Espaillat estaba dibujada en un mapa del Arzobispado como una de las tantas subdivisiones de la vieja y extensa parroquia de Santa Ana de Gualey. Debía de cubrir el territorio comprendido entre La Central, la 17 (Padre Castellanos) desde la Barney Morgan hasta la 14. A esa parroquia correspondía en la lista la número 42 y le tocaba como patrono el Santo Tomás Apóstol (como constaba en la leyenda al pie de ese mapa). Así estaba todo “planificado” en las oficinas del Arzobispado de Santo Domingo.
Las ideas del “Concilio del Vaticano II” y de la II Conferencia de Medellín, dieron pie a “nuevas formas” para comenzar “parroquias”. A diferencia de tiempos pasados, estas nuevas parroquias NO comenzaron con el desalojo de decenas o cientos de familias con la fuerza pública para construir templos, no utilizaban “la colaboración” del gobierno ni de “los Vicini”, alegados dueños de estos terrenos. No iniciaron con la construcción de un templo, casa curial, conventos o colegios como había sido la costumbre en las diócesis desde tiempos inmemorables. En esta nueva forma se consideraba que “construir iglesia” se hacia con la semilla de hermandad y el vínculo de la fe en Cristo Jesús. Cuando decían “ser levadura en la masa” o “compartir con el pueblo de Dios”, entendieron que tenían que despojarse de símbolos de poder y de lujo, de ventajas y de privilegios. Que su accionar sería en base a las fuerzas de la fe de las comunidades de creyentes y no de sus alianzas con los poderosos, que una comunidad no se podía sencillamente poner en linderos físicos.
Observamos, nosotros, los seglares cristianos del Espaillat, inicialmente con cierto escepticismo . Los nuevos curas que venían vivían una vida simple y austera. Comenzaron a atender a los católicos del Espaillat desde la Iglesia de Santa Ana de Gualey, donde vivían. Más tarde ellos alquilaban la casa número 24 en el callejón 8, cercano a la Albert Thomas. Desde ahí promovieron pequeñas comunidades de fieles-creyentes para vivir la fe como un compromiso con los demás. En los pequeños grupos los hermanos nos conocíamos los unos a los otros. Compartíamos penas y alegrías, celebramos la fe y la hermandad en sencillas liturgias de la Palabra y luego en misas ; se estudiaba la Biblia, se reflexionaba sobre los acontecimientos barriales, locales, nacionales e internacionales a partir de lo que entendimos del Evangelio. “Un mandamiento nuevo nos da el Señor” cantábamos . Los hermanos aprendimos a organizarnos para solucionar problemas reales de nuestras familias, de vecindarios, de pobreza y el desempleo. Facilitamos microempresas, prestamos no usureros, cooperativas, compras unidas. Reconstruimos ranchos caídos, recolectamos dinero ropa y comida para los pobres. Ayudamos a solucionar problemas de agua, de desalojo, de hambre y de salud. Arreglamos calles, construimos aceras bajo acuerdos con el Ayuntamiento. Promovimos las Escuelas Radiofónicas Santa María y muchas personas nos alfabetizamos y nos superamos por esa vía en cursos académicos. Organizamos actividades para recabar fondos para apoyar las iniciativas sociales y religiosas de la comunidad y eventualmente para conseguir un local propio. Adquirimos “una mejora” ubicada en la calle Interior H entre la Albert Thomas y la 8… Las reuniones y la catequesis al igual que la misa, que antes hacíamos en casa de familia , ahora las hacíamos entre setos de madera de una vieja casa. Una casa propia, de la comunidad. Más tarde después de poner la primera piedra el 17 de noviembre de 1974 haciamos todo en medio de bloques, arena y gravilla mientras que poco a poco disponíamos de fondos para levantarla “casa de la comunidad” de varillas y bloques las columnas, paredes y techo de concreto.
A partir del comienzo de esta década iniciaron o se intensificaron también en el Ensanche Espaillat los movimientos como Cursillo de la Cristiandad, el Movimiento Carismático y el movimiento neo-catecumenal.
En este mismo decenio, la renovación de la vida religiosa, produjo cambios en muchas congregaciones de monjas. Varias de ellas habían cuestionado su aporte a la sociedad . No era tan evidente que la mejor educación en colegios debía de ser exclusive derecho de los hijos de la clase pudiente. Correspondiendo a esa inquietud ciertos colegios ya habían fundado dependencias o extensiones en barrios pobres, expresando su compromiso con personas más necesitadas, marginadas y en desventaja. El Colegio La Salle había fundada una “sucursal” en el vecino barrio del Simon Bolívar, el Colegio Santo Domingo tenía una extensión en Las Cañitas, de Gualey. Luego, algunas comunidades de monjas autorizaron algunas de sus miembros a establecerse en comunidades pequeñas en barrios, dejando el aislamiento en sus conventos y colegios y acercándose más al pueblo creyente, de manera humilde y sencilla.
En fin, los hermanos de la comunidad del Espaillat, tímidamente comenzada, crecimos en fe y firmeza del Espiritu y recibimos apoyo de cada vez más personas reconocidas. Nuestros guías y asesores fueron equipos cada vez más numerosos de religiosos, religiosas y seglares comprometidos de otras partes que se identificaron con esta línea de trabajo pastoral. Junto con otras comunidades vecinas organizamos campañas para evitar accidentes en la “17” (la llamada “avenida de la muerte”) y para evitar desalojos injustos. Varios jóvenes y adultos pertenecíamos a comités de trabajo con hermanos de otros barrios. Comité de publicaciones de una revista mensual llamado “Encuentro”, liturgia, salud y de convivencias. En otras palabras, las iniciativas parroquiales del Espaillat, Guachupita, Los Guandules, recibieron luego apoyo de Gualey, Simon Bolivar, Herrera y Villa Mella. Vivíamos experiencias de una Iglesia diferente. Las convivencias con hermanos de otras “parroquias” fueron inagotables fuentes de formación cristiana, alegría, nueva hermandad y solidaridad.
Sin embargo, la Iglesia, en medio de este movimiento renovador, se dividía gradualmente en dos tendencias o polos: una tendencia para mantener el viejo formato y otra para empujar hacia una fundamental revisión, pregonada por Juan XXIII.
Al suceder todo esto en tiempos de un mayor desarrollo de los medios de comunicación en todo el continente Latinoamericano se iba dando una avalancha de intercambios de información y de solidaridad. La semilla de la renovación había caído en suelo fértil en varios países de América Latina. Brasil, Argentina, Nicaragua, Salvador…Las “comunidades de base” de los grandes países del continente se hicieron famosas e irradiaban creatividad y energía hacia países más pequeños. Compartimos los logros y sufrimientos de algunas comunidades eclesiales que vibraban en todo el continente. La solidaridad con comunidades perseguidas y sufridas de otros países fue una nueva dimensión del amor fraternal que vivíamos en estas comunidades. Sin embargo cuando por la terquedad de la clase dominante comenzaron a caer victimas en las mismas filas de la iglesia se incrementó la polarización y con ello la solidaridad entre comunidades. Hubo quienes nos abandonaron, hubo quienes se fueron del país para servir a comunidades más comprometidas en otros países de América Latina y hubo quienes retrocedieron a sus viejas seguridades religiosas y devociones. La solidaridad internacional dentro del ala progresista de la Iglesia Dominicana molestaba mucho a los servicios secretos del gobierno y fue, durante casi toda la década, “el clavito en el zapato” de las autoridades.
Poco a poco fuimos entendiendo por qué los gobiernos y ciertos grupos de intereses en la sociedad se oponían a estas innovaciones y movilizaciones populares tanto en el campo como en la ciudad. Entendíamos que querían acabar con esto como Balaguer quiso acabar con los sindicatos. La renovación de la vivencia de la fe requería un cambio en el manejo tradicional del poder. Al ver en el comportamiento de las comunidades únicamente la denuncia de lo injusto decidieron reprimirlas. Los organismos del “orden público” eliminaron sutil o vulgarmente las cabecillas de los movimientos renovadores. Los poderosos comenzaron a hacerle la vida difícil a los “curas progresistas” que –según ellos- sembraban la semilla “del comunismo”. Procedieron a la expulsión y deportación de religiosos del país. Los que leíamos la prensa y participamos en las comunidades nos dimos cuenta de una especie de persecución, difamación y sutil represión a nuestras comunidades y a otras iniciativas de anuncio y denuncia. ¿No fue en 1973 que mataron a Gregorio Castro – Goyito? ¿Mamá Tingo, no fue asesinada en 1974? Y ¿Orlando Martinez en 1975?…Y cuando recordabamos a esos héroes como víctimas de las injusticias y represión o como ejemplos de resistencia a la represión, nos acusaban de venerar a aquellos “comunistas” como los “santos de la Iglesia Popular”. Los llamados teólogos de la Liberación fueron perseguidos por los gobernantes en sus paises, por las clases opulentas, hasta fueron cuestionados y reprochados por las mismas autoridades de la Iglesia. Todos los movimientos de cristianos comprometidos, de religiosos y curas “que se solidarizaban” con las comunidades cristianos de nueva inspiración levantaron la sospecha. Fueron discreta o abiertamente vigiladas en todos sus movimientos, actividades y relaciones internacionales. La suprema victima de la lucha entre una iglesia nueva humilde y pobre y la iglesia vieja y poderosa fue el Arzobispo Monseñor Arnulfo Romero de El Salvador quien, aislado por sus propios hermanos en el Episcopado fue vilmente asesinado por militares mientras celebraba la eucaristía (en 1980). La inauguración y bendición de la Casa de la Comunidad con el nombre de Santo Tomás Apóstol tuvo lugar en una misa solemne con del Obispo Monseñor
Priamo Tejeda (Julio 3, 1980).
Unos más que otros pero en el Ensanche Espaillat fuimos parte y testigos de estos desafíos y de estas tensiones de la iglesia católica. La renovación, la crisis, la polarización y luego la reconciliación en formas predominantemente tradicionales de vivir la fe. Una turbulencia de reformas y una calma posterior… De estas múltiples experiencias nació una organización que todavía hoy día defiende los derechos de los moradores de los barrios de la parte alta de la ciudad, llamado COPADEBA que tiene su domicilio social en el Espaillat.
A pesar de que hoy día quedamos pocas personas que recuerdan bien esos años nos alegramos haberlos vivido intentando de ser “cristianos comprometidos” con la fe y con el prójimo. Fueron experiencias hermosas. Sabemos, además que sin esa historia política y religiosa, el Espaillat y muchos de sus moradores no serían lo que somos hoy en la sociedad dominicana…treinta (30) años más tarde.
©® Leo Theuwissen /AVE
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