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miércoles, 9 de diciembre de 2009

Este es un cuento de La Vida Real.













Por: Frank Henriquez

Su nombre era Julio Alberto pero todo el mundo, menos su mamá, lo llamaba por el mote de, “Frescavena”. Cualquiera que lo llamara como Frescavena era blanco fácil de una mentada de madre, pero para el era imposible evitar que lo llamaran por ese apodo “alimenticio”, nombre que estaba presente en el desayuno, la comida y la cena, como uno de los productos mas populares y asequibles de la época.
A pesar de que yo también lo llamaba por el apodo indeseado, aunque se molestaba no lo hacia tanto como cuando otros lo llamaban así, pero me insultaba cada vez que le decía Frescavena. En una ocasión que el estaba de buen humor le pregunté que de donde venia ese apodo y que tenia el que ver o su familia con el viejito de la foto de la caja de avena.
El me contó y antes me hizo jurar por mi madre que no se lo dijera a nadie, juramento que acepté solemnemente. Me dijo que cuando el nació en el cuartito donde el tenia su cunita había un calendario con la propaganda de la famosa Avena Quaker, donde dentro de una foto de 8x10 se dejaba ver la foto del viejito Quaker, un vecino, de tantos que fueron a ver al recien nacido comentó, “pero ese niño es igualito al viejo de la Avena Quaker, el dueño de Frescavena”, comentó el vecino “relambio”. Inmediatamente ese apodo se regó por todo el barrio, donde Vivian antes de mudarse al Espaillat, como una epidemia que no pudo evitarse y le fue imposible a la madre del bello niño impedir que el apodo se propagara, por lo cual se resignó de mala manera a ignorar esa vaina.
Frscavena (perdón, Julio Alberto) vivía frente a la casa de Doña Julia, en un anexo que había construido Ramón Morfa, el hijo de Doña Minin y Don Nino, a la izquierda de la casa de Doña Cruz.
El me llegó a confesar que yo era su mejor amigo y quizás por eso me toleraba un poco que lo llamara Frescavena, aunque nunca respondía si lo llamaba por el apodo y tenia que llamarlo muchas veces para que respondiera. A el no le gustaba ese apelativo pero a mi si. Según el, yo era su “mejor amigo” y después supe por que me tomó tanto cariño y confianza, fue por una razón casi pornográfica. Resulta que mi mamá, Doña Nené, era modista, mas bien la modista modelo del barrio, donde casi todo el mundo llegaba a hacerse desde un pantalón corto a un vestido largo y, en su mayoría, la clientela era femenina y frescavena, muy inteligente se metía a casa , dizque a jugar a las escondida y cuando llegaban las mujeres a probarse un vestido donde Nené, el se quedaba debajo de la cama sin que nadie se diera cuenta, menos yo que lo sabia. Mamá nos había dicho antes que saliéramos que las muchachas tenían que cambiarse de ropa y como nosotros éramos varones no la podíamos ver en ropa interior. Frescavena hacia como el que salía pero se quedaba debajo de la cama y como yo no lo delataba para que el se diera su banquete de ojos por eso decía que yo era su mejor amigo y yo era el que mas podía llamarlo por el apodo comercial. Pero esa no es la historia, que vaina, la historia es otra y empieza ahora.
Un verano del año 73 o 74 Frescavena me convidó a ir a “La Posita”, un pequeño balneario a la orilla del río Ozama. Nos fuimos disimuladamente sin que nadie lo supiera, porque era una “pela” segura si uno se iba al río, porque era muy peligroso. Nos fuimos directo por la calle “B” que llegaba directamente a la Posita. Después de bañarnos nos fuimos, a instancias mías, rio abajo a buscar cangrejos. Cuando nos dirigíamos donde mas podíamos encontrar los mueludos, frescavena me dijo que era peligroso seguir porque estábamos invadiendo los terrenos sembrados de un tal “Cusuco”, un anciano fuerte que siempre andaba en un caballo negro, con un palo largo en la mano y que al que agarraba en su tierra le daba tremenda paliza. No le hice caso a Frescavena y le dije que no importaba, que lo haríamos rápido y si los veíamos nos mandábamos a “juí”. Ya teníamos en una franela vieja y amarrada como diez cangrejos cuando empecé a escuchar un estruendo endemoniado como de estampida de ganado en una película de vaqueros. Inmediatamente Frescavena, agarrando el saco improvisado con los cangrejos me dijo, vamonos coño, que ahí viene Cusuco en el caballo. Salimos disparados entre un cañaveral y otros arbustos, Frescavena iba delante con mucha ventaja, yo traté de cambiar de rumbo para confundir al perseguidor y al meterme por otro lado caí en un poso de lodo movedizo. Quedé enterrado por la cintura en un lodazal mas negro que el miedo que yo tenia, me dio como un ataque de nervios porque ya sentía los pasos del caballo de Cusuco sobre mi y me imaginaba al viejo dándome palos y matándome y enterrándome en el poso maldito. Mientras mas pataleaba, mas me hundía y solamente podía mirar al cielo como pidiéndole, “por favor sálvame y te prometo que no vuelvo a salir sin permiso de mi mamá y que voy a ir a la Iglesia Santa Ana Todos los Días”. Ya tenia el lodo por el cocote y no sabia a que recurrir para salvarme de la muerte que me esperaba, ahogado o paleado por el viejo gendarme. Cusuco estaba cerca pero no me veía, porque seguía el rastro de Frescavena, pero pasaría cerca de mi y al verme seria mi triste final (como decía Camilo Cesto en una canción). Tenia un nudo en la garganta por el llanto reprimido que tenia para que no me escuchara el viejo y no se de donde me salio tanta energía y grité, “JULIO ALBERTO SALVAME QUE ME MUERO”. Sentía los pasos del cabajo en mi cabeza y frente a mi veo el ramaje que se mueve como si fuera la película del Predator, donde los árboles se mueven pero no se ve quien está, y era Frescavena que venia en mi auxilio arriesgándose a que Cusuco lo agarrara a el. El viejo venia acercándose a mi por detrás y Frescavena por adelante. El viejo, al ver a Frescavena que venia a mil, aceleró el trote y cuando ya estaban cerca de pocos instantes de tirarle el caballo encima, Frescabena agarró varios cangrejos de la funda franela y se los tiro al caballo, el cuadrúpedo se paró y se puso nervioso y casi tira al suelo a Cusuco y en lo que el viejo malévolo controlaba al caballo, que no quería ceder un paso mas, fue el tiempo precioso para que Frescavena llegara hasta el hoyo infernal donde me encontraba, ya con el lodo por la boca. Frscavena agarró un palo largo que, en el momento pensé era para pegarle al viejo, pero fue para cruzarlo en el hoyo. Me agarré del palo y el me sujetó por el otro brazo, mientras yo le decía llorando, “Julio Alberto sálvame”. Me sacó con la fuerza de una grúa de ese hoyo y corrimos sin parar hasta que llegamos a la calle “18”, hoy conocida como Oscar Santana. La respiración no me daba mas y por eso paramos. Nos sentamos en un “contén” todavía tenia miedo, porque no podía creer que me había salvado de esa, fue cuando mi amigo me dijo: “Frank, Degraciaito, sabes por que te salvé la vida?” Por qué? Le pregunté. Y el me dijo: Porque me llamaste por mi nombre, Julio Alberto. No vuelvas a llamarme Frescavena.

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