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martes, 27 de octubre de 2015

Vivencias de Nuestro Barrio


"la felicidad no se alcanza en la abundancia, 
por el contrario, en ocasiones si damos todo a los hijos 
no son creativos ni luchadores"


Por Rubén Darío Rodríguez López

A propósito, de una solicitud-inquietud, del investigador y localizador, de fósiles del Espaillat, Frank Henriquez, he querido publicar una experiencia que me dejó marcado para toda la vida.
Aunque algunos, quizás, no lo crean, los Rodríguez López, hijos de Doña Ciana y Don Darío, como nos decían: la casa de las Mocanas, el colmadito de los mabís, donde venden los dulces de coco o en el Centro de Estudios Rubén Darío,..., jajajaja, quizás, para algunos, pasamos desapercibidos.
El tema es que nosotros casi siempre vivimos como la mayoría, en urgencias económicas, por lo que yo debía buscar las formas de ganar el peso, ¡claro sin delinquir ni violentar la ley!.
Ruben, un junto a su bella y querida familia.

Estudiar en el “Colegio Independencia”, de Doña Cira y Dom Bastardo, era un privilegio, jajajaja, había que pagar RD$1.50, cada mes y para pagarlo había que hacer grandes sacrificios porque éramos seis hijos.
Cuánto disfruto decir lo siguiente: en ocasiones además de los trabajos de niños que hacía debía salir a limpiar zapatos a escondida de mi padre. ¡Claro! algunos de mis hermanos y madre lo sabían, pero, mi padre se enteró muy tarde. En una ocasión un joven llamado Camilo, hermano de “Jengo” de la Calle D, se montó con mi padre en el auto, en una “bola” y le dice a Don Darío, jajajaja, -Don Darío, ¿usted sabía que Rubén limpiaba zapatos conmigo?, jajajaja y Don Dario respondió:  "eso no es verdad Rubén nunca ha sido limpiabotas" , y mi padre me reclama lo ocurrido y le dije: " claro que es verdad papá ". Cuando se acercaba el día de pago del colegio conquistaba a Camilo, nos íbamos a limpiar zapatos y cuando yo tenía uno con cincuenta regresábamos con el dinero del colegio para no pasar vergüenzas por falta de pago.
"Jengo", hermano de Camilo "Cami"
Quizás mi padre tampoco sabía que yo: trabajé como ayudante de mecánica de Rolando, hacía desyerbo de patios hasta por quince cheles, pintaba casas con brocha gorda, servía de niño de hacer mandados al Mercado Nuevo y a los almacenes, ... Y algunos otros oficios, que algunos ni mis hermanos lo creen, y que me llenan de orgullo, porque, gracias a esos trabajitos, siempre tenía quince cheles en los bolsillos para, para ir a matinée que costaba diez  centavos, compraba  dos de maní y un mabí de tres cheles, podía comprar un “fruquitaki” en la bicicleta que se paraba en la bomba de la 17 frente al barbero a las diez de la mañana y podía comprar tres de bofe y dos de frito  ¡Claro que un niño de aquellos tiempos era feliz con eso! Al menos yo era feliz.


El mensaje es que: la felicidad no se alcanza en la abundancia, por el contrario, en ocasiones si damos todo a los hijos no son creativos ni luchadores. ¡Claro que yo no soy, quizás, el mejor ejemplo! Pero, como ustedes podrán ver me siento bien, muy bien y eso es suficiente para mí.   Ojalá que sirva de algo, a los padres que puedan hoy dar todo a sus hijos y que nunca digan a sus hijos que son ricos.