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domingo, 5 de abril de 2009

Lunes Santo



Meditacion de Lunes Santo

Evangelio: Jn 12,1-11
Seis días antes de la Pascua, fue Jesús a Betania, donde vivía Lázaro, a quien había resucitado de entre los muertos. Allí le ofrecieron una cena; Marta servía y Lázaro era uno de los que estaban con Él a la mesa. María tomó entonces una libra de perfume de nardo auténtico, muy costoso, le ungió a Jesús los pies con él y se los enjugó con su cabellera, y la casa se llenó con la fragancia del perfume. Entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregar a Jesús, exclamó: “¿Por qué no se ha vendido ese perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?”. Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y como tenía a su cargo la bolsa, robaba lo que echaban en ella. Entonces dijo Jesús: “Déjala. Esto lo tenía guardado para el día de mi sepultura; porque a los pobres sostendrán siempre con ustedes, pero a mí no siempre me tendrán”. Mientras tanto, la multitud de judíos, que se enteró de que Jesús estaba allí, acudió, no sólo por Jesús, sino también para ver a Lázaro, a quien el Señor había resucitado de entre los muertos. Los sumos sacerdotes deliberaban para matar a Lázaro, porque a causa de él, muchos judíos se separaban y creían en Jesús.

Meditación:

El Evangelio nos presenta a una mujer que derrama sobre la cabeza de Jesús un frasco de perfume precioso, provocando en los discípulos una reacción de protesta, como si este gesto fuera un despilfarro intolerable. Nosotros no podemos ser como receptores pasivos del amor de Dios. Como la mujer, no debemos temer el “derrochar” por Jesús. Él no se limitó a hacer una declaración de amor con puras palabras, su amor le llevó hasta el derramamiento de su sangre por nuestra salvación. Ante tales muestras de amor, debemos dar una respuesta grande, a la medida del amor de Dios. ¡Cuántas veces vivimos en una sociedad donde se “derrocha” de modo habitual, en lo material y en el uso del tiempo! En cambio, ¡cuánto nos cuesta renunciar a algo propio para ofrecerlo a la Iglesia y a los demás! ¡Cuánto deberíamos distinguirnos por la capacidad de donación y la entrega de nosotros mismos! No “derrochemos” nuestra vida en intereses superficiales y efímeros. “Derrochémosla” generosamente, aportando nuestras cualidades y recursos para predicar a Cristo. No vivamos la Semana Santa como espectadores. Participemos en los misterios de la Pasión de Cristo, imitando los ejemplos de nuestro Señor.

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